I

Escuchar, por un momento, nada más que mi mente, es como escuchar a los perros de tíndalos corriendo tras gatos que corren con los vellos erizados.
Es como sentarse, y observar cómo el día se va partiendo a pedazos para dar paso a la oscuridad aparente de la noche.
Es como apreciar cuando la gente se convierte en zombie y queda con menos vida que una piedra girando en el asfalto del camino eterno que nos lleva a la nada.
Es como ver en primera fila a elefantes disfrazados de hombre, caminando por la cuerda floja mientras los leones dan de latigazos a sus entrenadores para que salten por el aro de fuego.
Es como ver hacia la negrura del abismo impresionante que supone entrar a un agujero negro, un agujero de la memoria, y del agujero salen manos huesudas y escamosas que tratan de llevarte a los recovecos de la perdición.
Es como sentir que salen uñas de la tierra y te toman los pies, teniendo que cortarlas antes que tus piernas se conviertan en raíces y te salgan hojas de los brazos.
Es como si, de tanto encorvarte al frente del computador, te empiece a tragar y sea demasiado tarde cuando te empiecen a tirar fuera de él.
Es como si te amarraran a un yunque y a un tanque de oxígeno, y te soltaran en medio del océano, para que vivas hasta que la presión te transforme en una masa sanguinolienta.
Es como si, al acariciar tu propia piel, te dieras cuenta que te estás transformando en roca, y que lentamente no te puedes mover, hasta que que te petrificaste completamente.





Es como si te dieras cuenta de que lo que más temes está dentro de ti.

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